MIGRANTES, RUMBO AL BIENESTAR

martes, 24 de septiembre de 2019


Oleadas de almas laceradas por las guerras, el hambre y las injusticias reinantes en sus países de origen, se ven tristemente forzadas a buscar un destino próspero para sí y sus familias en otras naciones. Desde atrás los empuja el sufrimiento y el horror, por delante sueñan con el bienestar. La fuerza del corazón los conduce a surcar mares y desiertos en pos de un lugar para desarrollarse. Sólo eso piden, una oportunidad para ser útiles a los suyos y a su nueva comunidad de adopción. ¿Quién con sentido cristiano y humanista puede negar este inalienable derecho a vivir?

Algunos datos nos hablan de que más de dos millones de personas ingresaron a la Unión Europea (U.E) sólo en el 2017. Cerca de 800.000 de ellos adquirieron la ciudadanía europea, otros miles lamentablemente fallecieron ahogados en el Mediterráneo. La hospitalidad europea se ve condicionada por el desequilibrio laboral que en estos tiempos difíciles puede ocasionar involuntariamente un flujo tan cuantioso de personas en repúblicas donde existe fuerte demanda de empleos. 
El fantasma horroroso hacia el extranjero que “viene a sacarnos” trabajo y recursos propios es diariamente alimentado por individuos de carácter mediocre, y en algunos casos de mentalidad irracionalmente oscura. Claro que comprendemos la sana mesura que los gobiernos deben ejercer para cuidar la prosperidad de sus propios ciudadanos.
Los migrantes afrontan el tremendo dolor del desarraigo, abandonan sus sueños, sus ilusiones y proyectos, dejan atrás a sus abuelos, a sus padres. Renuncian a su lengua, su idioma, sus tonadas, dejan su música, poesías y colores, dejan todo para poder sobrevivir, para edificar su familia en armonía. Los migrantes viajan rumbo a un lógico bienestar, que a nadie se le debería negar. 
Muchos mexicanos y latinos desean ingresar a los Estados Unidos de Norte América, para encontrar el trabajo honesto que escasea en sus naciones. La pobreza de Latinoamérica, como la de África y otras latitudes no sólo se debe en ocasiones a malos gobernantes, existe una razón de fondo que tiene que ver con imperios que, fusil en mano, saquearon continentes enteros. 
Queremos decir solamente con bondad y firmeza que se “fabricaron guerras”, que países poderosos edificaron sus riquezas matando y robando a otras naciones. En estos momentos viene a mi mente la sencilla pregunta: ¿Qué tiene que hacer Inglaterra ocupando nuestras Malvinas? En la respuesta a esta pregunta radica el mal del abuso y la criminal actitud del hombre hacia sus semejantes. 
En nuestra querida Argentina siguen siendo bienvenidos nuestros hermanos bolivianos, paraguayos, peruanos y demás. Sí, que estudien en nuestras universidades estatales gratuitas, Argentina será un día una potencia mundial gracias a la bondad que refleja a todo el continente. No se trata de recibir criminales con  frondosos prontuarios, se trata de contener familias que adoptan a la Argentina como su nuevo hogar y nos consta ver a muchos hermanos latinoamericanos cómo aman nuestra inmaculada bandera. Del egoísmo y el sectarismo nada bueno surge. Del dar y compartir todos los bienes florecen. 
Discrepamos de la vanidad obtusa y racista de Donald Trump y de las actitudes misóginas de Bolsonaro, creemos en gobernantes con sensibilidad a flor de piel e inteligencia generosa. Si D. Trump cree que un muro, por gigantesco que sea, detendrá los designios de los tiempos nuevos, está más que equivocado. Desde siempre una idea es más duradera y poderosa que un adoquín. 
Debo decir que mis padres italianos me enseñaron a amar a esta sagrada tierra argentina, y entre cansonetas italianas y recuerdos de sus infancias aprendí qué generosa es nuestra patria. En nuestras realizaciones se encuentra el laborioso sacrificio de una cultura del esfuerzo constante que intentamos enseñar a nuestros hijos. 
¿Acaso el General Don José de San Martín no soñó con una patria grande y solidaria? Sus ejércitos desembarcaron en otras playas para liberar y no para conquistar. 
Un abrazo de compasión para los que se ven forzados a buscar otra latitud más allá de la propia para construir sus vidas. 
¡DIOS bendiga a los migrantes de todo el mundo!

           Máximo Luppino

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