La lúgubre sombra de la “segunda ola” de COVID-19 se asoma amenazante sobre nuestra sociedad. Europa ya padece el azote inclemente del maligno rebrote, el cual se manifiesta con más capacidad de propagación y crudeza que la etapa inicial en el angustiante penoso 2020.
Inglaterra se encuentra al borde del colapso sanitario. Lo mismo sucede en España, Italia y Francia, países en los cuales se aplica el poco feliz, pero necesario en términos sanitarios, toque de queda. Quizás si el autocontrol mundial de prevención y distanciamiento social fuera estrictamente aplicado, los gobiernos del “Viejo Continente” no se verían obligados a implementar estas antipáticas medidas sanitarias. La mismísima Alemania con su reconocida disciplina germánica se encuentra en situación trágica, así lo asevera Ángela Merkel, la primera ministra más lucida de Europa, pilar insoslayable de La Unión Europea y su venturoso futuro.
Los países que en un principio fueron indulgentes o desprevenidos al comienzo de la epidemia, hoy pagan con vidas humanas la negligencia gubernamental. Nos referimos a los Estados Unidos de Norte América, Brasil, Inglaterra y hasta el hermano país de Uruguay esgrimido como “ejemplo” por los extranjerizantes comunicadores sociales. Hoy se encuentra con fronteras cerradas, sin poder gozar del turismo extranjero en su célebre Punta del Este…
El desconocimiento, fruto de la ignorancia y la vulgar pagana adoración a la absurda y deplorable inmediatez, empuja a jóvenes a entregarse a “fiestas” que son auténticas colmenas de propagación infecciosa del cruel virus.
Fiestas clandestinas y aglomeraciones multitudinarias en playas, más alcohol y desenfreno emocional primitivo son los focos de propagación que atentan contra la salud pública nacional.
Aludiendo a una falsa libertad dicen querer ejercer “su derecho” de jóvenes a “hacer lo que deseen”. Sería similar como argumento al: “Deseo cruzar una avenida cargada de tráfico con semáforo en rojo, ya que poseen “libertad de acción”. O lanzarse al seno de un caudaloso río con brutales rápidos sin saber nadar. Con el tonto argumento de “soy libre, hago lo que deseo”, la naturaleza le pasará una cruda factura en accidentes y eventual ahogamiento.
La juventud en sí misma no es una virtud, si lo fuera sería una efímera cualidad que el tiempo deteriora velozmente. La libertad equivale ineludiblemente a responsabilidad de conducta y proceder, ya que nuestro libre albedrío finaliza cuando comienza el libre arbitrio de nuestros semejantes. El bien común es el norte a seguir. Sin la realización completa de una sociedad en imposible concretar nuestra propia dicha. El capricho no es libertad, es libertinaje e inconducta, ejercicio egoísta e inmaduro totalmente censurable. Proceder que será madre de mil infortunios.
Si a algunas personas les cuesta restringir su salidas de esparcimiento, ¿pensaron que tan penoso podría ser estar internado en un hospital o postrado por un proceder negligente o quizás ocasionar el fallecimiento de un familiar mayor?
Educar el corazón es fomentar la compasión y la solidaridad, desarmar los argumentos infantiles de los imberbes intelectuales, los que descreen de las vacunas y de su indiscutido poder preventivo.
No confundir mafias de laboratorios con las salvadoras vacunas fruto de inteligencias científicas nobles, portadores de ALMAS generosas, consagradas a sanar a la humanidad.
La prudencia sí es una virtud, al igual que la solidaridad y los pensamientos de bonanza y evolución.
Saldremos de esta oscura noche con esfuerzos mancomunados, no con berrinches de “guapos de pelotero” que poco saben de llevar con trabajo y amor el mango a la mesa que haga morfar a la familia que amamos.
Máximo Luppino
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