Toda elección general establece una encrucijada. Nuestra Nación no escapa a este difícil dilema. ¿A quién elegir? ¿Por quién votamos? En el debate de candidatos presidenciales pudimos apreciar propuestas, chicanas y algunos golpes bajos. Pero el tema es: ¿Qué candidatos se agotan en lo discursivo y quién en verdad posee experiencia concreta de gobierno?
Patricia Bullrich fue funcionaria en varios gobiernos. La mente colectiva popular recuerda cuando recortó el 13% a los jubilados y cuando en otra etapa fallecieron Santiago Maldonado y Rafael Nahuel. Dos tristes episodios que por lo menos exhibieron falta de pericia y prudencia para manejar conflictos humanos delicados. La pérdida de vidas no es un chiste ni una estadística. Es en sí mismo un hecho demasiado doloroso. Bullrich no goza de un historial de aciertos y logros en la función pública, más bien todo lo contrario.
En la otra esquina de las fuerzas opositoras está Javier Milei, sin experiencia alguna en el complejo arte de gobernar. Su práctica es nula. Todos sabemos que hay una gran diferencia entre “jugar a la batalla naval e ir a la guerra”. “Del dicho al hecho hay un largo trecho”. Algunos especulan con el hecho de que Javier Milei pierde los estribos con suma facilidad cuando se lo contraría en una simple entrevista, entonces: ¿Cómo reaccionaría en una hipotética acción de gobierno con fuerzas opositoras? Temen a un Milei que se torne autoritario y hasta dictatorial. ¿Nuestra sociedad está para ser sometida a una temeraria aventura autoritaria?
En cambio, podemos apreciar un Sergio Massa que ocupó con solvencia un gran número de cargos públicos, desde Intendente de Tigre, director de ANSES, Jefe de Gabinete y Diputado Nacional entre otros compromisos públicos. Actualmente el candidato de Unión por la Patria es el ministro de Economía de la Nación. Toda esta gran experiencia nos muestra una consolidación anímica y profesional bien asentada. Nada es improvisado en la vida pública de Sergio.
El sufragante deberá saber discernir entre el encanto hueco de las palabras y la contundencia rotunda de aplicar con hechos las acciones de gobierno.
Si bien Sergio Massa aún no pudo encarrilar una desorbitante inflación, no es menos cierto que cuando tomó el cargo de ministro el país parecía navegar hacia un abismo profundo. Esto cambió radicalmente, la certeza volvió a imperar en la administración nacional. Se ordenaron las cuentas y en la presente etapa abordó Massa la tan necesaria recomposición salarial. “El salario no es ganancia, es remuneración”. Acorde a esto eliminó el cruel gravamen para trabajadores y jubilados. Sólo altos puestos gerenciales abonarán esta carga, como actitud de “justa retribución” más que como impuesto en sí mismo.
Lidiar con el FMI sin entregarse ni cerrar puertas requiere saber “tirar y aflojar”, requiere sapiencia negociadora inclaudicable.
La experiencia es en todos los órdenes de la vida muy necesaria, más aún en acción de gobierno. Un presidente de una República debe tener firmeza de carácter a la vez que ostentar tolerancia y espíritu democrático.
Sergio Massa se comprometió a dirigir un gobierno de unión nacional, con radicales, peronistas disidentes y otros dirigentes valiosos de diversas procedencias ideológicas. Lo importante es la unidad y la capacidad en la función de gobierno.
Esta clara intención del candidato Massa es más que sustantiva, es fundamental para los desafíos que tendrá que superar el próximo gobierno nacional a partir del 2024.
No es tiempo para dirigentes sin experiencia con mero voluntarismo. Tampoco debe tener poder un individuo inestable emocionalmente, ya que cuando se pierde la mesura es muy difícil volver a encontrarla.
Es tiempo de dirigentes con firmeza, experiencia y equilibrio anímico.
¡Es tiempo de Sergio Massa!
Máximo Luppino
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