Por Alfredo Sayus
“La calle está dura” es un viejo dicho que se viene escuchando desde hace tiempo y que, prácticamente, no perdió vigencia. Se trata de una de las consabidas “frases hechas” que el imaginario popular instaló en la mediáticamente denominada “opinión pública” y que se transmitió, como tantas otras frases hechas, de generación en generación.
El simbolismo de “la calle está dura” es claro: no hay trabajo, la plata no alcanza, estamos en crisis. Históricamente la calle es el lugar del reclamo, de la lucha, de la “pelea” cotidiana en el diario vivir o sobrevivir.
La calle es el lugar del debate, de la compulsa, del protagonismo, del ideario glorioso, de la heroicidad y de las miserias ruines y económicas. La calle es un patrimonio universal que nos convoca ante un mismo objetivo y nos une. No en vano a las calles también se las denomina arterias que, como en un cuerpo vivo, le dan vida a la ciudad con el movimiento de millones de seres vivos que las transitan cotidianamente.
La calle también alberga a cirujas, menesterosos y a niños. Precaria, pero amablemente, les da cobijo. Además, la calle parece tener sentimientos, porque a veces es insegura, otras veces triste, por períodos alegre y hasta seductora, dado que hay quienes se enamoran de alguna calle.
Muchas calles prodigaron muertes, pero también nacimientos. Peleas, pero también reconciliaciones. Guerras, pero también paz. Desamores, pero también amores. Odios, pero también simpatías. La calle fue (y en algunos lugares aún sigue siendo) juegos infantiles, sueños juveniles, proyectos, ambiciones. Momentos únicos de nuestra historia y de la Historia.
La política siempre se desarrolló en las calles y, felizmente, lo sigue haciendo, y lo hizo aun en los períodos de terror dictatorial. Porque la política es una parte sustancial para la vida de la calle. Es la sabia natural que corre por esas arterias y la alimenta.
Muchos pueblos abandonados del interior de la Argentina todavía conservan en sus calles los sonidos de mujeres, hombres y niños que las caminaban. El silencio de esas calles ofrece más voces que la arteria más transitada de Buenos Aires. Son sonidos de trabajo y esfuerzo. Son sonidos bellos.
La calle es una compañera fiel de actores, poetas, músicos, cantores, artistas de todo tipo. La calle inspira. Es imprescindible, pues nos conduce a nuevos lugares, otros destinos. La calle nos lleva y nos trae. Es mágica, en ella ocurren cosas que no ocurren en otros lugares. Pueden ser cosas buenas o malas, pero su lugar es la calle. La calle es tan importante que el mejor reconocimiento al que aspira cualquier ser es que una de ellas lleve su nombre para que quede impregnado en la memoria del pueblo, de su gente. Los porteños se jactan de que una de sus calles sea la más larga del mundo y otra la más ancha. Una canción habla de la calle angosta de una sola vereda y otra extraña las calles de su ciudad, añoradas desde otro lugar del Mundo.
La calle concita le unión de vecinos para pavimentarla e iluminarla, para limpiarla y mejorarla. Las fiestas populares se realizan en la calle. El ídolo máximo de la religiosidad católica es venerado con un vía crucis por la calle y los hinchas del club campeón manifiestan su alegría en la calle. Las comunidades del Mundo se muestran desfilando por las calles, igual que los veteranos de antiguas batallas. La calle es vida, es arteria y como ésta, se congestiona, se “tapa”.
Añoro mi calle de la infancia recorriéndola con un carrito de rulemanes en las siestas veraniegas de las vacaciones, de mesas navideñas colectivas en las que los vecinos compartían pan dulce y sidra en la madrugada. La calle es, también, gratos recuerdos. La calle es la memoria de un pueblo y, como expresa la canción, todo está guardado en la memoria.
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