Por Alfredo Sayus
Me gusta el boxeo. Para muchos integrantes de mi familia y amigos es incomprensible que me guste una “práctica tan violenta”, como suelen decir, ya que no lo consideran un deporte. Es cierto, a mí también me sorprende, pero creo que mi gusto por el boxeo viene de cuando era niño y escuchaba las historias de mi padre que relataba cómo, siendo muy joven, se había dedicado al boxeo.
Eran historias fascinantes y temerarias de dos grandes en el ring (uno era él claro, los otros, sus ocasionales contrincantes). Se trataba de historias para niños ávidos de aventuras, donde el valor, la fuerza y la estrategia hacían lo suyo. La realidad (no me lo contó él, claro, me enteré muchos años después ya siendo adulto) fue que al enterarse de que debían romperle el tabique nasal con una certera trompada en una de las prácticas boxísticas, decidió dejar la “práctica tan violenta” cuando aún no había llegado a pelear por algún ranking en el mundo del boxeo. No obstante, me quedo con las fantásticas historias de campeones de las que fue “protagonista”.
Con este gusto por el boxeo, en la madrugada del domingo pasado me dispuse a ver la, por enésima vez denominada, “pelea del siglo” entre el pugilista estadounidense Floyd “Money” Mayweather Jr. y su contrincante filipino Emmanuel Dapridan “Manny” Pacquiao. No entraré en detalles sobre la estética de la pelea porque eso es materia de los periodistas deportivos. Si, voy a referirme a los millones que implicó organizar esta nueva “pelea del siglo”.
La pelea se realizó en uno de los hoteles de la cadena MGM en Las Vegas y la recaudación por la venta de entradas superó los 72 millones de dólares (sin contar la reventa, a precios altísimos, que en EE.UU. es legal y que, según los cálculos, podía llegar a 350 mil dólares una entrada para el ring side). Los patrocinadores de la pelea (empresas que quieren publicitar en un evento de esta naturaleza) invirtieron 11 millones de dólares para que su producto apareciese allí, en algún rincón del ring, en la bata o en los pantaloncitos de los pugilistas, o a cargo de alguna contundente rubia que pasea con un cartel por todo el cuadrilátero antes de comenzar la pelea y en las publicidades televisivas entre round y round.
Por derechos de transmisión, los canales de distintas partes del mundo interesados en difundir la pelea pagaron en total 35 millones de dólares, a lo que se suma la transmisión interna en los casinos de la red MGM, que suma 10 millones de la moneda estadounidense. Pero además, los norteamericanos que querían ver el match desde su casa debieron pagar 99 dólares por el Pay per View, que viene a ser el codificado para poder ver la transmisión en directo por su televisor. Se calcula que dos millones de norteamericanos pagaron para ello, es decir que la suma asciende a cerca de 20 millones de dólares.
Por supuesto a estos montos millonarios hay que agregarle un millón de dólares, aproximadamente, de cotillón de la pelea (merchandising que le dicen) y, desde ya, lo que cobraron los pugilistas: 180 millones Mayweather y 120 millones Pacquiao. A grandes rasgos, montar este espectáculo tuvo un costo de 449 millones de dólares. Si convertimos esto a pesos argentinos, la cifra es de 4.490.000.000 (cerca de 5 mil millones de pesos) y no estamos contando la reventa de entradas ni los numerosos corrillos de apuestas que generan estos multimillonarios combates pugilísticos.
Mayweather, que proviene de una familia de boxeadores, comparte con Pacquiao una infancia de pobreza, de pasar necesidades, de sufrir la violencia que implica la miseria. Ambos encontraron en el boxeo una salida económica importante, no en vano el apodo de Mayweather es “Money” (dinero) porque a él se aboca con especial fruición al momento de firmar contrato para sus peleas. Ambos llegaron a lo más alto en el mundo del boxeo (Mayweather tiene 9 títulos mundiales y Pacquiao 8, los dos en diferentes categorías), lo que les permite sobradamente ser parte de este espectáculo multimillonario.
Por eso, ya en el pináculo de los “Money” y Manny” del mundo, el invento de “peleas del siglo” se viene multiplicando desde hace varios años cuando los representantes de boxeadores se dieron cuenta que estos eventos les garantizaban importantes ingresos económicos. Millones de personas vemos estos espectáculos que perdieron el sabor de las viejas peleas por un título mundial, cuando el sufrido y laborioso boxeador local viajaba a Estados Unidos (país que supo centralizar las peleas más importantes y extraer del box cifras multimillonarias, como con otras actividades) o a algún otro lugar recóndito del planeta para traer un título al país tras “la pelea de su vida” (Luis Ángel Firpo, José María Gatica, Pascualito Pérez, Horacio Accavallo, Nicolino Locche, Oscar Bonavena, Carlos Monzón y tantos otros). Hoy el espectáculo son los millones y que los dos muchachos que están sobre el ring interpreten su mejor papel para justificar tanto dinero invertido y dejar contenta a la gente que pagó tan cara su entrada.
Volvamos a los millones. Millones de niños mueren de hambre en las poblaciones más pobres del mundo: África, varios países de América Central y del Sur. Millones de personas son víctimas de desastres naturales del que no se recuperarán por su situación de miseria: Haití, Nepal. Millones de negros pobres tratan de tener una vida un poco mejor aventurándose en el océano en precarias balsas a expensas de un mar que puede devorarlos en cualquier momento: africanos que zarpan desde Marruecos hacia España. Podríamos seguir relatando las miserias de un mundo rico, pero la lista sería interminable.
¿Qué pasaría si los millones de una “pelea del siglo” se invirtieran en socorrer a los millones de miserables del mundo, en darles de comer a millones de niños, en mejorar la vida de millones de hombres y mujeres que están en la pobreza? Millones para millones, una ecuación interesante si pensamos que lo único que se perdería el mundo del espectáculo es una “pelea del siglo” donde los millones (de dólares) se reparten solamente entre unas cuantas personas.
Y considerando este punto, quién no sueña con convertirse en talentoso y contar millones a expensas de logros individuales en el box o el fútbol, deportes que generalmente son practicados por los sectores más humildes, por chicos o chicas como “Money” y “Manny”, pero que no van a llegar aunque se enriquezcan quienes especulan con ellos.
Indudablemente, seguirán habiendo “peleas del siglo” y por muchos más millones de dólares que la de “Money” y “Manny”. También seguirán habiendo millones de niños hambreados, de pobres estructurales y de soñadores esforzados que generen plata para otros. Esto no se resuelve con desterrar el espectáculo del box en Las Vegas, sino con políticas públicas que equilibren un poco mejor la balanza de la justicia social y, por supuesto, que la escala de valores no se juegue en un ring de boxeo.
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