Ni una menos

lunes, 1 de junio de 2015



     Por Alfredo Sayus



Este miércoles por la tarde, en casi todas las plazas del país se llevarán a cabo manifestaciones bajo la consigna “Ni una menos”. Dada la promoción mediática que este tema tuvo y la adhesión de personalidades de varios y variados ámbitos, todos sabemos de qué se trata: Una convocatoria multitudinaria para terminar con los femicidios en la Argentina.

La Ley 26.485 de violencia contra las mujeres contiene los argumentos que permitirían terminar con todo tipo de agresiones hacia sujetos feminizados (mujeres, trans, lesbianas) pero ¿se cumple y/o se hace cumplir la ley integralmente? Por supuesto que no. Varias cuestiones impiden que la normativa cobre fuerza (como pasa con otras tantas leyes) y los victimarios continúen siendo “amparados” por la sociedad.

El encomillado de “amparados” implica que muchas veces la sociedad no se detiene a analizar el femicidio como tal y lo naturaliza. Esto ocurre cuando en las comisarías no toman las denuncias a mujeres golpeadas. Cuando la justicia establece áreas perimetrales para que los violentos no puedan acceder al domicilio de la víctima, situación que, en la mayoría de los casos, el victimario transgrede y la lentitud de la justicia no logra sancionar. Cuando las propias mujeres agredidas se ven imposibilitadas de alejarse del victimario por cuestiones económicas, etc.

Pero la violencia de género (que incluye a hombres y mujeres, pero afecta mucho más a estás últimas) no se materializa sólo cuando se agrede física o verbalmente a una mujer. También es violencia que hombres y mujeres ejerzan una misma actividad laboral y que el hombre perciba un salario mayor, o la violencia obstétrica del que son víctimas en los hospitales las parturientasde bajos recursos económicos; o quienes deben abortar clandestinamente por ser víctimas de violación, por vergüenza, por falencias institucionales para acceder al control de natalidad,  o la cosificación de mujeres como objetos sexuales en programas de dudosa calidad cultural.

También es violencia el acoso, las frases con fuerte contenido sexual enmascaradas en supuestos “piropos” y aquí la naturalización social se da (tanto en hombres como en mujeres) con la vulgar frase “y, también qué querés, mirá cómo va vestida”. La decisión sobre cómo ir vestidas no es excusa para la violencia hacia las mujeres que, en su grado más alto y terrible, termina en femicidio.

Desde tiempos pretéritos las mujeres luchan por sus derechos. A la educación, a la participación política, al voto, a su lugar en la vida pública, a la igualdad entre los sexos, a decidir sobre sus cuerpos. A medida que obtenían derechos, luchaban por otros. Algo que no ocurrió con los hombres quienes contaron con muchos derechos desde su nacimiento. Del mismo modo, también desde tiempos pretéritos, las mujeres fueron estigmatizadas: determinándoles que su “lugar” es la privacidad del hogar, la crianza de los hijos, a ser “segundas madres” si elegían la docencia. También surgió el estigma de la “rubia tarada” y de la poca capacidad para resolver conflictos de cualquier tipo porque “es mujer”.

No se justifica que en pleno siglo XXI aun tenga que haber marchas por la violencia contra las mujeres ¿Qué aprendimos en todo este tiempo de sus luchas y reclamos? ¿Cómo puede ser que aun exista en el entramado social el criterio masculinizante del dominio sobre la mujer? Esta convocatoria es sumamente importante y personalmente me sumo. Lamento que sea en el “avanzado” siglo XXI.

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